martes, 31 de mayo de 2011

MI INTERIOR EN LA PRACTICA DEL HAPKIDO

Me produce gran satisfacción publicar aquí el artículo de un compañero de prácticas: Miguel Angel Boix. Miguel Angel es de esos "machacas" que no se dejan amedrentar por la dificultad de la técnica, plantándole cara hora a hora, día a día, semana a semana. Es disciplinado, buen compañero y siente en su interior el arte que practica.

Me encanta su articulo porque entre las líneas que describe, deambula esa cotidianeidad de los entrenamientos y se desliza el espíritu compañeril del Centro Deportivo Camas.

MI INTERIOR EN LA PRÁCTICA DE HAPKIDO

Concluye una clase de las duras de Hapkido (el arte marcial que practico desde hace tres años). La mayoría de nosotros íbamos de cabeza a la ducha en el más absoluto silencio, o como mucho resoplando. Hago un comentario, no recuerdo muy bien cual, que escucha el maestro (Sabonim) François Diguardia. Inmediatamente, transforma el comentario y me sugiere que escriba mis sensaciones durante una clase de Hapkido y eso voy a intentar. Nada más difícil que intentar plasmar con palabras sentimientos internos.


Mi primer pensamiento en una clase se produce del día anterior al prepararme el macuto por la noche, ya que voy al gimnasio directamente cuando llego a Sevilla desde mi trabajo y no es otra que procurar que no se me olvide nada: ropa, toalla, muñequera, jabón, pomadas tipo Voltarén o Calmatel (sabes que tarde o temprano las vas a tener que usar o prestar a algún compañero), chanclas para la ducha, etc. Cada día llevo más cosas por si las moscas y cada vez utilizo menos. Es inversamente proporcional e inexplicable. Ya es el segundo macuto que utilizo ya que el primero se quedó chico. SÍNDROME DE DIÓGENES EN EL MACUTO.

El día de la clase es especial desde la comida que me llevo en el “canasto”, ya que hay que aprovisionarse de alimentos y no ir con la barriga vacía. Más de una pájara ha habido. Sientes un hormigueo en la barriga que no sabes a que viene y si te fijas no lo sueles tener otro día que no vas al gimnasio. Tampoco lo tienes si vas un día que no hay clase, sino que vas a hacer “vida social”. ¿INQUIETUD? ¿RESPONSABILIDAD? No sabría decir.

Cuando llegas al gimnasio es momento de reencuentro con los compañeros. Se comentan las lesiones pasadas y las de reciente creación. La búsqueda del gurú Carlos para que nos mejore esa dolencia que nos impide algún movimiento comienza a ser habitual entre nosotros. Le he insinuado que ponga un consultorio de fisioterapia dos días a la semana. Seguro que clientela no le falta. Lo cierto y verdad es que en el poco tiempo que lleva con nosotros entrenando se ha hecho un hueco aunque solo sea por puro egoísmo. Creo que es instinto de supervivencia. REUNIÓN DEL CLAN.
Si te encuentras con algún compañero que lleva tiempo sin venir a entrenar, sientes alegría. Piensas interiormente que quizás el dolor entre más gente sea menor. Craso error. El maestro, cuando ve la clase muy llena de alumnos, intensifica, si cabe, aún más los requerimientos físicos de todos. Es como si alguien se hubiera retrasado en el pago de su cuota mensual y se quisiera vengar. Creo que quiere indicar que esto es para los RESISTENTES, LOS MÁS DUROS DE LA TRIBU.

Empieza la clase con su protocolo que explica perfectamente Manolo Cabrera en su blog y se intensifican las sensaciones. Durante el calentamiento muchas veces me sorprendo preguntándome cosas como “¿Qué hago yo aquí si mañana me tengo que levantar a las 5:30?, ¿Cómo es que no estoy con mi familia?, ¿O descansando?” Son cerca de las 21:30 y me arrepiento de no haber seguido mi camino hacia la parte alta del Aljarafe. ARREPENTIMIENTO. A veces, algún chascarrillo de un compañero te desvía de esos pensamientos. Las más, te dices que vas a continuar por curiosidad y por vergüenza torera. Si no es por lesión no está bien visto que te retires sin más. Si uno falla, a fallado el grupo y eso se nota. Formo parte del grupo desde el primer paso en el dochang y el grupo forma parte de mí. IMPLICACIÓN.

Pero esto no es nada si el Sabonim ha programado para hoy caídas…
La intensidad va creciendo y te puedes sentir las pulsaciones en los oídos cuando comienzan las “voladoras”. INQUIETUD. No quiero hacerme daño.
Mi mente me dice: “Las sé hacer, las he hecho cientos de veces, las puedo hacer, la hago y …” “Te has ido de lado Miguel Angel” Lo vuelvo a intentar y de nuevo la voz del maestro corrigiéndome. No pienso desistir y lo seguiré intentando hasta que me salga como otras tantas técnicas que al principio no salían bien. PERSEVERANCIA o TOZUDEZ. El límite no existe, solamente está en tu mente y en tu espíritu, y, mientras los cultives, la frontera estará abierta a nuevos conocimientos. APRENDIZAJE.

Sigue la clase y se impone recuperar líquidos. Un poco de agua fresca como reconstituyente y te das cuenta que aún quedan más de 40 minutos. ¡40 minutos más de sufrimiento¡ ¿Qué sorpresa nos tendrá preparada el Sabonim? Nunca nos defrauda. Sabe muy bien lo que quiere de nosotros y nos lo saca desde el interior nuestro si hace falta. Te remueve de tal manera que estás implicado en los ejercicios propuestos desde el principio. IMPLICACIÓN.
A cada cual le pide un poco más de lo que puede dar y consigue que lo demos al grupo. RESPETO AL MAESTRO Y AL COMPAÑERO.

Los últimos 20 minutos suelen ser más relajados y los dedicamos a practicar técnicas nuevas o a perfeccionar otras ya aprendidas. BÚSQUEDA DE LA PERFECCIÓN.

No lo he dicho antes, pero durante la práctica de este arte marcial se hace imprescindible la totalidad de tu atención. Cualquier distracción en lo que estás haciendo supone una alta probabilidad de que te lesiones o lesiones a tu compañero. CONCENTRACIÓN. Esto consigue que te olvides de las preocupaciones con las que sueles llegar a entrenar. Si me acuerdo de mi jefe es para golpear con mayor fuerza las manoplas poniéndole su cara en ella. Cuando acabo ese ejercicio me siento vacío de ira y frustración. LIBERACIÓN.

Se concluye la clase saludando al maestro y dándole las gracias por sus enseñanzas. Llegado ese momento todas las sensaciones anteriores se me agolpan y reagrupan en una: SATISFACCIÓN. Se puede confundir con ALIVIO al no tener ninguna lesión de gravedad, pero estoy convencido que la sensación es de SATISFACCIÓN, de que un día más te has superado a ti mismo y has avanzado por el camino de este gran arte marcial tan completo. Te sientes parte de él y te sientes más satisfecho de haber elegido este camino.

En la ducha llega la RELAJACIÓN del guerrero. Es en este momento, si no lo ha sido al vestirte, en el que te das cuenta que, por muchas cosas que lleves en el baúl-macuto-mochila, te falta algo imprescindible. A mi siempre me falta el peine, por eso me pelo muy corto.
Cuando llego a casa, cerca de las once de la noche estoy de mucho mejor humor que si no hubiera entrenado y mi familia lo percibe, así lo entiende y me respeta. OPTIMISMO.

En definitiva, estas sensaciones se pueden resumir en una: PASIÓN. Pasión por un arte marcial que por su concepción no te permite dedicarte a él a medias. O te apasionas o no duras más que dos semanas. O te enamoras o no hay nada que hacer. No caben medias tintas.






Miguel Angel Boix